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CARGANDO AL MUERTO

EN EL CAMINO…

Consternados estaban los familiares reunidos en la casa de Joaquina, ya que se encontraba encerrada con su marido en la habitación. Con el pequeño y gran detalle de tener el hombre tres horas de muerto.

Los dos hijos de Joaquina, junto a todo tipo de familiares y amigos; intentaban convencerla de abrir la puerta de su recamara.

Se podían escuchar con horror hasta el exterior de esa casa, los gritos de esta desquiciada mujer. “Déjenme, déjenme, que con este muerto me voy a quedar”

Pegados a la puerta, ya la mayoría había intentado convencerla de salir, más ella gritando más fuerte y gimiendo; les pedía a todos que la dejaran con su muerto.

En medio de los gritos desesperados, repentinamente callaba; todo para iniciar a dialogar con él. No lograban entender lo que ella le decía; pero era claro que con él platicaba.

Era muy de mañana, cuando los hijos al querer despertar a su papá; se dieron cuenta que estaba muerto.\

Habían transcurrido las horas y eran cerca de las tres de la tarde, cuando por fin llegó el compadre Eleuterio.

Esa era la única esperanza que todos tenían para no tener que irrumpir violentamente, teniendo que tumbar la puerta de ese lugar.

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Mismo que lejano a un aposento, parecía haberse convertido en una cámara de muerte y terror.

Si  alguien  podría convencer de salir a Joaquina, ese era su compadre.

A quien respetaba y admiraba, pues era el único hombre con el que su marido en vida, lograba convivir sin perderse en las garras del alcohol.

Todo fue un silencio cuando Eleuterio, con gran ternura, pegado a esa puerta externó.

“Comadrita, salga ya. Entienda que mi compadre ya se encuentra en el más halla. No importa cuánto le hable, él ya no la escucha. Permítanos enterrarle, dejando que de esta manera él viva en nuestra memoria y corazón”.

Después de unos minutos, por fin Joaquina respondió. Él no me escucha ahora y tampoco nunca me escuchó, he vivido siempre con un muerto; paralizado en darme amor.

¿Cuál es pues la diferencia? Déjenme, que antes nunca a nadie le importó; he vivido siempre cargando a un muerto. Lo mismo en este día hago yo.

Insistiendo Eleuterio le contestó “ ¡Pero comadre! Nadie puede dormir, levantarse y vivir con un cuerpo sin vida; totalmente rígido. Tenga en cuenta que al paso del tiempo la putrefacción de un cuerpo muerto aumenta. ¿Cómo pues, piensa vivir con ese cuadro de horror?

Joaquina nuevamente empezó a llorar, pero esta vez gemía con un llanto y dolor que parecían salidos de ultratumba. En medio de gritosempezó a exclamar“¿Por qué no me entienden? Su rigidez y putrefacción es algo con lo siempre lidié. ¡Lo  puedo hacer de nuevo! Día a día yo esperaba ese momento, en el que ablandara su duro corazón. A cambio tan solo miré, como es que se pudría en egoísmo cada vez más todo su interior. Muchas veces quise ignorar ese ambiente de muerte. He vivido al lado de un muerto con apariencia de vida, a partir de hoy todo será ganancia. No viviré más en la falsedad”. Ya que ahora mi marido en todo sentido muerto está.

Con un profundo suspiro y pensando hacer un último intento, Eleuterio le contestó. “La única esperanza de vida, está en aceptar precisamente cuando nos ha llegado la muerte. El sumergirse en sus penumbras no es para vivir en oscuridad, contrariamente es para enfrentarla sin engaños; aspirando así a una vida sin mentiras, ni calamidad. ¿Usted cree que se abre paso a la verdad? No lo será cargando de nuevo con un muerto, mismo al que en vida usted tuvo que dejar.

Ante un leve silencio, se escuchó el ruido al girar Joaquina la chapa. Lentamente caminó al centro de todos  y con un tono sereno les dijo. “Pasen todos, es tiempo de que mi vida siga y por fin deje a este muerto de cargar” 

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