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¿Esto era la esperanza?

Por Carlos Bravo Regidor
 
Recuerdo vívidamente la sensación que provocaba la política mexicana en el 2018 y en los primeros años de este sexenio. No fue hace tanto. ¿Cómo olvidar la fuerza que parecía tener el terremoto lopezobradorista, la potencia con la que supo apropiarse del deseo por un «cambio verdadero»?
Cuántos se desvivieron descifrando el significado «profundo» de sus gestos simbólicos, cuánta energía derrocharon en inventariar las «reivindicaciones históricas» de esa persuasión autonombrada «la 4T». Vaya que se hacía sentir su voluntad, su ambición, su fervor.
Esperamos, estuvimos atentos… pero nunca «retembló en sus centros la tierra».
Sorprende que en solo dos o tres años semejantes voluntad y ambición se achicaran tanto. El fervor sigue ahí, pero desprovisto de sustancia, desgastándose en provocaciones, consignas y frivolidades. El liderazgo que prometía una «república amorosa» se redujo a un púlpito de los insultos, donde cada mañana un señor llama achichincles, aspiracionistas, clasistas, conservadores, corruptazos, hipócritas, lambiscones, neoliberales y racistas a quienes estén en desacuerdo con él. El movimiento que convocaba «juntos haremos historia» terminó, si acaso, en juntos haremos performance. ¿En qué momento lo que prometía ser un temblor que reordenaría el país terminó convertido en este simulacro?
No solo se trata del Presidente, también los argumentos de sus simpatizantes han desmejorado mucho. Varios lo han ido abandonando más o menos discretamente, atreviéndose a admitir o enunciar ellos mismos algunas críticas, aunque sea desde la mala memoria o con la boca chica. Pero otros, obstinados en defenderlo, lo hacen aferrados a un libreto cada vez menos convincente. Se refugian en distinciones que no hacen diferencia o acuden a la posverdad para no habérselas con una realidad a todas luces decepcionante. No es que estén perdiendo la batalla de las ideas, es que ya ni siquiera la están dando: llevan la mochila vacía.
Un ejemplo reciente que lo ilustra es la reforma electoral. Basada no en un diagnóstico preciso sino en prejuicios y mentiras, no se hace cargo de los problemas realmente existentes como el dinero ilícito o la desviación de recursos públicos para las campañas electorales, la violencia contra candidatos o el desempeño básicamente decorativo de las fiscalías en materia electoral. Y crea, en contraparte, nuevos problemas en cuanto a la autonomía del árbitro, el financiamiento de los partidos o la capacidad operativa del órgano electoral. No es que no se haya debatido con seriedad, se ha debatido hasta el cansancio. El lopezobradorismo, sin embargo, se tapa los oídos y repite una y otra vez los eslóganes del Presidente para no debatir.
A la distancia, toda aquella potencia retórica con la que llegaron al poder luce muy ilusoria. La esperanza de ayer hoy va desnuda y se revela como un déficit de proyecto disimulado por un exceso de discurso.

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