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El evangelio de San Lucas

Si san Lucas escribiera hoy su Evangelio, diríamos que es “pobrista”. De los cuatro evangelistas es el que más insiste en la relación entre la riqueza, los pobres y el seguimiento de Cristo.
 
Vivimos en un mundo injusto y el dinero, poco o mucho, siempre llega a nosotros manchado por demasiado sufrimiento. Jesús es realista. Se aleja de soluciones radicalizadas: o hacer la revolución (“arriba los de abajo”) o identificar la riqueza con la bendición divina (“pare de sufrir”). Tampoco alienta una cómoda resignación.
 
Jesús decía a sus discípulos «Había un hombre rico que tenía un administrador al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: «Qué es lo que me han contado de ti?» Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto. El administrador pensó entonces ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quite el cargo? Cavar. no tengo fuerzas, pedir limosna, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero ‘¿cuánto debes a mi señor?, veinte barriles de aceite, le respondió. El administrador le dijo ‘ toma tu recibo, siéntate en seguida y anota diez’. Pero yo les digo el que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho»
 
Con humanísimo sentido común, Jesús apunta al corazón no a las riquezas. De ahí su advertencia: “No se puede servir a Dios y al Dinero”. En realidad, la alternativa es entre su Padre y el diosde la avaricia. La pregunta que deja picando suena así: al final del día, ¿a quién le he entregado mi corazón? ¿A quién he adorado realmente?
 
El dinero, convertido en dios, desata la tormenta de la avaricia, nos seca por dentro y nos deshumaniza. En cambio, el corazón que se abre a Dios, se libera para la verdadera riqueza: los vínculos que nos hacen mejores personas (Dios y los demás). Y, con esa libertad, usa incluso el “dinero injusto” para hacer el bien, especialmente a los más pobres. Esos son los “amigos” que nos abrirán las puertas del cielo. Cuando esa libertad echa raíces en el corazón, cambia también eficazmente nuestro mundo injusto.

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