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Tragedia y Nobleza

Por  Germán Orozco Mora

 

Sin dudarlo, lo mejor en la vida son los amigos, y mejor si son familia. Porque Dios así lo permitió en septiembre de 1985, nos encontrábamos en Cuajimalpa, en la Ciudad de México. De vacaciones nos sorprendió el sismo de 7.9 Richter. De tres modalidades: oscilatorio, ondulatorio y trepidatorio. Hacia todos los lados, con ondas y movimientos de arriba abajo. En el Estadio de los Diablos Rojos, o del IMSS, en miles de bolsas negras de plástico grueso las autoridades colocaron ordenadamente los cuerpos de las víctimas del jueves 19 de septiembre. El movimiento más intenso ocurrió a las 7 y 19 minutos de la mañana.

Nuestros padres acostumbrados a los terremotos, han sobrevivido al del 28 de julio de 1957, de 7.7 Richter. Un hermano de la colonia Roma, tenía 7 meses de edad y mientras el Ángel de la Independencia caía para despedazarse en Insurgentes, los papas hacían casita con sus brazos para proteger al bebé.

En 1985 habrían muerto si, como siempre, se hubiesen hospedado en El Regis o en el Metropol. Los chicotazos de aquel sismo estremecieron hasta Cuajimalpa, una de las alcaldías de la hoy Ciudad de México. Mi hermano sobreviviente del temblor de 1957; me facilitó en 1985 un equipo fotográfico Minolta completo, con angular, telefoto, bolsa, y compramos muchos rollos 135; que fueron insuficientes al recorrer 12 horas ininterrumpidas la gran Ciudad de México, desde Paseo de la Reforma, la Roma, Narvarte, Tlatelolco, captando infinidad de imágenes en alguna de ellas, del 21 de septiembre (sábado), el doctor Guillermo Soberón Secretario de Salud de don Miguel de la Madrid, con lágrimas en su rostro al confirmar la muerte y destrucción de médicos y hospitales a su cargo tan sólo en el DF.

Dios permitió que voláramos de la Ciudad de México a Mexicali, con aquel material fotográfico virgen, aún sin revelar en color y blanco y negro. Era jefe de redacción don Felipe de Jesús, compañero y amigo de don Jesús Blancornelas cuando este fue director de La Voz de la Frontera, quien a través del amigo fotógrafo Alonso Díaz, nos llevó a la redacción en Mexicali para compartir aquel material que después debía llevar de regreso al Ocho Columnas  de Guadalajara.      Tragedia y Nobleza fue un fotorreportaje que publicó don Felipe de Jesús López el 22-23 de septiembre de 1985. Durante una o dos semanas aquellas fotos sirvieron para las notas de portada y los titulares de ocho columnas.

Qué hay que hacer            en esos casos; sencillamente lo que hace la gente de la Ciudad de México ser nobles y ayudar en las tragedias. Es admirable como, unidos, miles y miles de ciudadanos en cubetas se pasaban de mano en mano los escombros, miles de toneladas para poder encontrar a las personas damnificadas.

Muchos bajacalifornianos que se encontraban en la Capital, salvaron la vida, incluso estando en el Regis. Otras personas murieron o perdieron a un ser querido.

No hay nada que hacer en un terremoto; sólo ayudar y ayudar. La tierra como el universo es un ser viviente, se mueve y tiembla. Pero, si usted se ha fijado, no hay terremotos que pases de 8 o 9. Si hubiese uno de más de 10, y de larga duración, se acabaría la fiesta de la vida.  No sé qué científico decía que Dios juega con los dados cargados.

Estando en la Ciudad de México, nos trajimos en 1985 una historia hemerográfica interesante del sismo de 1985. Uno de ellos para no olvidarlo, el encabezado de La Prensa. ¡Oh Dios¡, titularon las enormes cabezas de 120 puntos o más.

En el contexto del terremoto de 1985, un equipo de teólogos y filósofos de la Universidad Pontificia de México (UPM) editaron un subsidio reflexión sobre este fenómeno natural, para tratar de entender la historia de estas tragedias naturales en las que, lo único que podemos hacer es ayudarnos.

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