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Agencias
CIUDAD DE MÉXICO
En 20 años y 10 películas, la serie “Rápidos y furiosos” ha insistido sin descanso en que su saga es realmente sobre la familia.
Con el debido respeto al clan Toretto, de Vin Diesel, no estoy de acuerdo. Las películas de “Rápido y Furioso” tratan realmente de alcanzar nuevos reinos de lo absurdo inyectados con nitro.
Si puedes soportar el melodrama machista, estas películas son disparates de la pantalla grande, con autos que salen disparados de rascacielos y aviones, que en el mejor de los casos son el tipo justo de estupidez.
Más que de familia o automóviles, F9 se trata de la capacidad asombrosa de las películas para lograr superar la ridiculez, pisar el acelerador y dejar la lógica en el retrovisor.
Pero no siempre fue así. Las películas de “Rápido y Furioso”, que se han movido tan rápidamente que sus originales salieron volando por la ventana en algún punto del camino (la primera entrega fue “Rápido y Furioso” de 2001), comenzó más modestamente con las carreras de autos en el sur de California.
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